2249

Título: 2249
Advertencias: Todos los públicos
PairingPiam





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Me gusta leer, escuchar música, ver las estrellas y pasar una velada romántica con alguien especial...
—Ni de coña. —Pulsó el botón del mando con expresión aburrida y se hundió más en el sofá, resignándose a que tendría que cambiar de método para buscar una cita.
Aunque suene cliché... —Le dio de nuevo a siguiente, antes de que aquel chico acabara la frase. Odiaba ese principio, porque diría lo que siempre dicen los chavales jóvenes: que le gusta leer, la música, salir con los amigos, ir al cine... eran hobbies que tenían todo el mundo, cosas aburridas que hacía la gente aburrida.

Él mismo era aburrido, pero procuraba solventarlo poco a poco. Por eso, y por llevar tanto tiempo sin salir con nadie, se apuntó a aquella casa de citas. Era abiertamente homosexual, por lo que enseguida le conquistó el anuncio de la web. Pero ahora se arrepentía, una vez estaba viendo los especímenes que la televisión le mostraba.

—Paso. Siguiente —resopló cerrando sus ojos azules con expresión cansada, y una voz interrumpió su lamento.
No creo que esta sea la mejor forma de conocer a gente, porque yo mismo ando eliminando a muchos candidatos por aburridos. —Al oír aquella frase abrió los ojos, algo sorprendido por sus palabras—. No quiero ni cenas románticas ni promesas de amor eterno, ni quiero ir al cine, ni me gusta leer. Bueno, sí que me gusta, pero ¿a quién no? Además, no es que tenga muchas cosas más que hacer... Quiero una cita normal, con alguien normal, no voy a decir mis hobbies por aquí porque me parece una pérdida de tiempo, mejor en persona.
Pero con esa presentación quizás nadie te llame —dijo otra voz, seguramente del cámara.
Pues mejor para mí, no pienso soportar aburridos.

Arqueó las cejas cuando acabó el vídeo, y pausó la reproducción antes de que cambiara de persona. Sólo había un número: 2249.

***

Le dio rabia descubrir que aquel chico tenía lista de espera. No sólo le había resultado a él interesante, sino a una gran cantidad de hombres que querían conocerlo. Y a pesar de que la paciencia no era una de las virtudes de Peter, quiso esperar que el chico lo llamara para concertar una cita juntos.
Pasaron los días, y no recibió ninguna llamada, ningún ápice de esperanza que lo llevara a dejar de comerse la cabeza. Seguía preguntándose si de verdad valía la pena seguir esperando una muestra de interés por parte del chico, porque por lo que veía tenía admiradores a puñados.

Odiaba autocompadecerse, pero era lo que le quedaba en esos momentos: decirse a sí mismo que no estaba tan mal y que pronto habría alguien que se interesara en él. Aunque comenzaba a desesperarse.
De repente, su móvil vibró encima de la mesa, sobresaltándolo. Extendió la mano para cogerlo, y vio un mensaje sencillo.

Calle Leonard, Número 2, planta 24, puerta 9. A las ocho.

Una vez más, 2249. ¿Le estaba dando su dirección? En aquel momento se puso nervioso, porque realmente lo que quería él era una cita tranquila, charlar con una persona nueva en un sitio público... meterse en casa de visitante, como un partido de fútbol, era porque el gol estaba cantado. Y tampoco es que fuera muy de plantar bandera en la primera cita. Esperaba no tener que hacerlo, y que sólo fuera porque no era muy dado a salir de casa.

***

Estaba mirándose al espejo para darse el visto bueno. No se había arreglado en exceso, llevaba ropa informal. Muchas veces su sobrino se metía con él porque a su edad -aunque tampoco era mucho mayor que él- debería ir a todos lados en traje y corbata.
Pero eso lo dejaba para trabajar, pasaba de vivir condenado a una camisa y chaqueta toda su vida. Salió de casa sin nada, sólo la cartera y las llaves, porque no creía conveniente ir con una caja de bombones, porque no había nada más típico que aquello.

Condujo hasta la calle en cuestión, pero se equivocó y aparcó al final de la misma, pero prefirió caminar los diez minutos antes de la cita. Iban menguando los números, y el imponente edificio iba haciéndose más grande. Frunció el ceño cuando del número 10 de la calle Leonard, no había ninguno más.
Aquel edificio resultó ser el hospital Da Vinci, y tenía un gran número 2 coronando la puerta. Frunció el ceño con extrañeza, temiendo haberse equivocado, pero era la calle que el chico había indicado, y era el número que le dijo en el mensaje, por lo que entró.
Al pasar las puertas de entrada se dirigió al mostrador de información, donde una mujer menuda leía notas en un cuaderno. Carraspeó y ésta levantó la vista, dedicándole una sonrisa al hombre de delante de ella.

—Buenas noches, ¿qué puedo hacer por usted?
—Venía... bueno, un chico me ha dado la dirección del hospital, aunque no sé si se ha equivocado. La calle Leonard número 2, planta 24, puerta 9.
—¿Vienes a ver a Liam? Ha recibido muchas visitas esta semana —comentó la mujer rebuscando en sus papeles. Peter se mostraba confuso, pero cogió el bolígrafo que ella le tendía, y también la carpeta—. Ponga su nombre y apellido y la fecha, y vaya al ascensor. La planta 24, y cuando se abran las puertas, vaya hacia la derecha. El número 9 es la tercera o cuarta puerta.
—Gracias —murmuró Peter firmando la hoja y depositándola en el mostrador, dirigiéndose hacia el elevador.

El hospital estaba casi vacío, no tenía apenas gente en los pasillos. En la planta 4 se montó un médico, que se bajó en la número 10, y él continuó subiendo hasta llegar a la 24.
Caminó por el largo pasillo hasta llegar a la puerta que indicaba que era la habitación número 9, y llamó levemente. Una voz le indicó que entrase, y al abrir la puerta vio la enorme habitación que tenía ante sus ojos.
Había una cama y un escritorio, y las paredes estaban decoradas con fotos y pósters, y alguien se había dedicado a hacer grafitis en ellas. Había también un sillón, y en éste se encontraba sentado el chico del vídeo con una leve sonrisa.

—Hola —saludó agitando la mano—. Si me pudiera levantar lo haría, pero no sabes lo molestos que son los tubos de la diálisis. Siéntate.

Peter no hizo ningún comentario: simplemente tomó la silla del escritorio y la puso cerca del sillón, sentándose y observando sin reparo la máquina que había junto al chico que tenía frente a él.
Éste sonrió y la giró un poco, permitiéndole ver más botones que tenía el aparato. Arqueó las cejas cuando vio un indicador en naranja, a punto de cambiar a rojo. El chico rio en voz baja y se encogió de hombros.

—En un rato vendrá la enfermera a cambiar la bolsa, pero tenemos un rato antes de que pase. —Extendió la mano frente al otro—. Soy Liam.
—Yo soy Peter —repuso estrechándosela.
—¿Sorprendido? Todos los que quisieron verme de la web lo estaban... algunos se fueron nada más ver el percal, otros se quedaron un rato pero cuando vino la enfermera aprovecharon y se fueron... así que ha sido un chasco todo —explicó haciendo una mueca.
—Yo creía que la primera cita sería en tu casa y la verdad es que estaba preocupado, así que ha sido una sorpresa pero al menos no eres alguien que vaya a atarme y a encerrarme en el sótano.
—Buen punto —dijo Liam soltando una risa—. En realidad esto sí que es mi casa, a menos que llegue un riñón en buen estado, claro. Cuando llegue podré salir de aquí y tener citas normales y típicas.
—También podrías tener citas escalando montañas —inquirió Peter encogiéndose de hombros.
—En un principio no, pero te tomo la palabra: eso tiene que molar.

El chico resultó tener ambos riñones mal, con lo que no filtraban bien, así que estaba condenado a aquella máquina hasta que su nombre alcanzara el puesto número uno en la lista de donantes. Llevaba así tres años, por eso su habitación, que al principio era lúgubre y deprimente, fue decorada a su gusto con ayuda de muchos de sus amigos.
Liam era un chico hablador, bastante risueño, aunque sarcástico y mordaz a la vez. No le gustaban las mentiras, y todos los que habían estado allí para una cita le habían mentido a la cara, y aunque se mostraba cordial con Peter, no dejaba de mostrarse receloso.

—Es hora de cambiar la bolsa... oh, vaya, tienes visita —dijo la enfermera entrando en la habitación—. ¿Te importa salir fuera?
—No, claro —comentó Peter levantándose y yendo hacia la puerta, sintiendo la mirada de Liam en su espalda.

Sabía lo que estaba pensando: que todos y cada uno de los que habían ido a verlo para una cita, habían huido en ese momento, sino antes. En la soledad de aquel pasillo, a Peter se le pasó por la cabeza irse, no se mentiría a sí mismo, pero tampoco había nada que le hiciera irse. Liam era un chico normal, lo único raro que tenía era que estaba enfermo, pero según sus palabras, no sería eternamente.
No perdía nada quedándose allí un rato más y terminar la cita como un caballero, y ya cuando acabara, podría pensar en una segunda cita o no.

Se apoyó en la pared y aguardó un cuarto de hora, algo cansado por estar de pie, pero al cabo de ese tiempo salió la enfermera, que parecía sorprendida de verlo allí. A los pocos segundos sonrió ampliamente y le dejó la puerta abierta para que pasara.
Liam estaba echado en la cama, pero cuando Peter entró, se incorporó al no esperárselo allí, de vuelta. El mayor rodó los ojos y acercó el sillón a la cama, suspirando al notar lo cómodo que era. Sonrió de medio lado y cogió la postura más cómoda para estar en la cita el tiempo que fuera requerido, hipnotizándose por la sonrisa que le dedicaba Liam, el cual no esperaba que volviera.

—No ha acabado la cita, así que no me mires así —repuso Peter riendo.

***

La enfermera tuvo que echarlo cuando eran las dos de la mañana, porque Liam tenía que descansar. A pesar de las quejas del chico para que lo dejara allí un rato más, Peter le prometió volver al día siguiente.
Y así hizo.
Día tras día, Peter iba a visitarlo, algunas veces sólo una hora porque tenía trabajo que hacer, otros días hasta muy tarde, y otras tantas veces dormía en el sillón, sólo porque no quería volver a casa.

El estado de Liam había cambiado. Antes era un chaval simpático pero que parecía estar desilusionado con la recuperación, que parecía muy lejana. Ahora estaba entusiasmado, quería recuperarse cuanto antes para poder ir a los sitios de los que hablaba con Peter.
Quería viajar con el mayor, y Peter quería llevarlo a todos aquellos sitios, porque aunque Liam no lo supiera, había actuado como una panacea que no sabía que necesitaba.
Una de las mañanas como tantas otras, Peter se acercó al hospital antes de entrar al trabajo. Al llegar a la planta de Liam, las enfermeras hablaban en su puerta, y él frunció el ceño. La que siempre estaba con el chico lo vio, y se acercó a él.

—Peter, lo siento pero no puedes entrar ahora mismo... ha tenido una recaída bastante grave, y lo están estabilizando —murmuró ella mordiéndose el labio inferior.
—¿Qué? ¿Qué puedo hacer por él?
—¿No tendrías un riñón compatible que te sobre? —preguntó con algo de amargura.

Pero entonces se le encendió una bombilla a Peter. Le pidió que le hicieran las pruebas de compatibilidad, porque al fin y al cabo, todas las personas tienen dos riñones, y sabía que se podía vivir con uno, y se llamó estúpido por no haber pensado antes aquella posibilidad, el que quizás fuera compatible con Liam no sólo para llevarse bien, no sólo para las citas, sino también como su donante.
Fue un día muy largo: la ausencia de noticias del rubio lo preocupaban, y las molestas agujas y tantas extracciones de sangre para las comprobaciones lo tenían agotado.
Pero hubo algo que lo animó y lo hizo dejar de autocompadecerse -oh, cómo odiaba eso- por el dolor de las agujas. La sonrisa de la enfermera de Liam lo hizo incorporarse.

—Sois compatibles —dijo simplemente.

***

—Buenos días —susurró la enfermera cuando vio que Liam abría los ojos. Frunció el ceño por la claridad, y algo atontado aún por la anestesia.
—¿Cuánto he dormido?
—Pues tuviste una recaída antes de ayer, y te sedaron, y ayer te regalaron algo que te hará mucha ilusión.
—¿Y estaba dormido? —preguntó casi ofendido.
—Porque es que si no, no sé cómo te lo iban a poder dar. —Un pinchazo en el costado le hizo extrañarse, y al levantarse la camiseta del hospital vio una cicatriz bastante reciente. Miró a la enfermera, aún sin entender—. Tienes riñón nuevo.

Soltó un grito y dio un salto en la cama, haciendo que la enfermera se asustara y le echara la reprimenda porque no debía hacer movimientos bruscos. Lo mandó guardar silencio, pero Liam no entendía por qué.

—Deja dormir a tu compañero de habitación —repuso ella misteriosamente, y entonces vio la otra cama, y reconoció a aquel que estaba en ella: Peter.

Luego encajó las piezas, y pudo por fin entender el por qué estaba allí él. Apretó los labios, bastante emocionado, y sonrió tontamente al darse cuenta que una parte de Peter estaba en él, aunque hacía mucho que se había colado en su mente y en su corazón. Lo vio gruñir en la cama, y la enfermera aprovechó para dejarlos solos.
El rubio le dedicó una sonrisa deslumbrante a Peter, que la correspondió algo somnoliento.

—Estás loco —le dijo Liam con una risa.
—No quiero ir solo a todas esas citas —murmuró el mayor encogiéndose de hombros—. Aunque ahora tenemos que esperar a que se nos curen los puntos y que tu cuerpo acepte mi riñón.
—Me aseguraré de que lo haga. Me debes un viaje en globo.
—Todos los que quieras —repuso Peter poniendo los ojos en blanco, burlón, haciendo reír a Liam.

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